Los senderos de montaña en España, usados tanto por ciclistas de montaña como por excursionistas, no solo conectan a las personas con la naturaleza, sino que también representan un ecosistema delicado que depende de su conservación. Sin embargo, la creciente construcción de urbanizaciones de lujo ha puesto en peligro estos entornos.
Donde antes había sendas, ahora hay casas de lujo.
¿Cuántas veces hemos visto criminalizar a las bicicletas de montaña en los senderos? Mientras en otros países se promueve el mountain bike y se mantienen los caminos para su uso, sabiendo que el turismo deportivo genera ingresos para los pueblos de alrededor, en España se persigue y expulsa a los ciclistas de los parajes naturales como si fueran delincuentes. Y todo esto cuando, en realidad, se podría convivir perfectamente y generar beneficios económicos para las comunidades locales, como ocurre en Aínsa, donde el famoso centro de MTB Zona Zero ha revitalizado los pequeños pueblos de la zona.
Mientras se criminaliza a los ciclistas de montaña, los aficionados vemos cómo montañas, bosques y colinas enteras desaparecen bajo el ladrillo. ¿Quién no ha visto su sendero favorito destruido para dar paso a una urbanización?. Todo esto ocurre ante la pasividad de las autoridades. Peor aún, muchas de estas viviendas ni siquiera están destinadas a los habitantes locales, sino a una élite extranjera que busca un rincón de lujo en la naturaleza española, haciendo desaparecer paisajes que antes eran accesibles para todos.
La paradoja es evidente: mientras se persigue a los ciclistas, el ladrillo sigue avanzando imparable, destruyendo el entorno natural y los senderos que, una vez desaparecidos, no volverán jamás.
En este contexto, se están llevando acabo locuras como piscinas de olas gigantes, diseñadas para el surf, que devastan grandes áreas boscosas y cambian para siempre el entorno natural. Estos proyectos mastodónticos arrasan con hectáreas de bosque, destruyendo hábitats y alterando los ecosistemas locales para satisfacer una demanda turística que no considera el costo ambiental. Estas infraestructuras no solo impactan el paisaje, sino que privan a las comunidades locales del acceso a los espacios naturales que siempre han sido parte de su identidad.
El doble rasero de la ley: ciclistas vs. grandes construcciones
Lo más paradójico es la disparidad en la aplicación de la ley. Mientras que el peso de la normativa recae sobre los ciclistas de montaña que circulan por senderos en parques naturales como el reciente caso de Edgar Carballo en Canarias donde fue multado el y sus compañeros con 3.000€ cada uno por circular por una senda en un área protegida ,mientras que las grandes urbanizaciones, hoteles y megaestructuras turísticas avanzan con total impunidad. Las mismas leyes que prohíben el uso recreativo de bicicletas en ciertos senderos parecen hacer la vista gorda ante la destrucción masiva del medio ambiente.
Es importante señalar que la comunidad ciclista de montaña y los senderistas, en su mayoría, son conscientes de la necesidad de preservar el medio ambiente. En muchos casos, participan en la recuperación y mantenimiento de senderos sostenibles y buscando un equilibrio entre su actividad recreativa y la conservación del entorno natural. No obstante, estos esfuerzos parecen insignificantes cuando se comparan con la destrucción a gran escala provocada por las obras de construcción que avanzan sin descanso, destruyendo senderos que, una vez desaparecidos, no volverán jamás.